Año: 2011
Hora: 23:00 P.M.
Modelo de taxi: Seat Altea
Treinta años siendo taxista. Treinta. Y aún sale cada día a trabajar con la esperanza de que pasen ese tipo de cosas que nunca pasan, esas que sólo se ven en las películas. Un "taxista, ¡siga a ese coche!" y su correspondiente tiroteo; una mujer misteriosa con gafas de sol, jodidamente guapa, que tras bajarse del coche comienzas a ver en todos las programas de la tele, en todas las revistas del corazón y en todos los carteles de la ciudad; un jeque árabe que a modo de propina te da un cheque con tantos ceros que tienes que mirarlo como cuatro veces para comprender la magnitud de la cifra y no te da más opción que dejar el trabajo para pasar el resto de tu vida bebiendo cócteles en una isla paradisíaca.
Pero no. Si acaso un borracho, un ejecutivo con prisas o una panda de estudiantes que siempre pregunta si se puede partir la factura en cuatro partes para abonarla por separado. Y cada fin de jornada vuelta a su piso de Blasco Ibáñez, vacío y a medio pagar, a esperar que mañana ocurra el milagro que haga añicos la rutina.
Pero no. Si acaso un borracho, un ejecutivo con prisas o una panda de estudiantes que siempre pregunta si se puede partir la factura en cuatro partes para abonarla por separado. Y cada fin de jornada vuelta a su piso de Blasco Ibáñez, vacío y a medio pagar, a esperar que mañana ocurra el milagro que haga añicos la rutina.